Por Fabián Soberón - Para LA GACETA - Tucumán

¿Qué se esconde detrás del éxito furioso de las series? ¿Son el sucedáneo de la adicción desmedida de la novela de suspenso? ¿Son el reemplazo furtivo del consumo de folletines? Como Ana Karenina, los lectores indómitos leen bajo la lámpara minúscula de un tren. Iluminados por las pantallas brillantes, los espectadores del siglo XXI miran encandilados los capítulos de una serie. El fenómeno lleva largas temporadas y está cambiando el modo de ver televisión y cine. Lejos de la grilla, los espectadores afinan sus lápices visuales y rearman el mapa de lo imaginario. En este sentido, una serie es un caleidoscopio múltiple que funciona como una continua máquina de “bovarismo”.

Conozco espectadores apasionados, insólitos, desmadrados, que dejarían a su novia esperando en el altar por el último capítulo de su serie preferida. Y también están los que consumen dos o cuatro series a la vez. No hay límite, no hay orden en el goce. Una serie es para ellos como una droga que se sirve en porciones breves e intensas.

La serie combina adrenalina, coctel de géneros, personajes que crecen como cuchillos y filosofía para principiantes. Una serie lograda es el resultado de la pulsión de los capítulos adictivos y la producción lujosa y prolija de un largometraje. Las series están haciendo lo que a veces falta en la industria del cine: grandes producciones con historias originales. Creo que la brillantez de algunos guiones mejora las malas películas de Hollywood. Se dice que las series de TV han capitalizado la antigua creatividad cinematográfica. Hoy más que nunca es cierto lo que decía Orson Welles: “Hollywood no está mal. Son las películas de Hollywood las que están mal”. La actualidad de la frase de Welles muestra que el declive del cine no es nuevo y que el éxito de las series no es una respuesta al “crepúsculo de los dioses” audiovisuales sino a un conjunto complejo de factores.

En nuestros días, una renovada Madame Bovary alquila Netflix y se suicida después de ver la vida imaginaria de Lost o House of Cards.

© LA GACETA

Fabián Soberón - Profesor de Teoría y Estética del Cine.